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«Tiempos recios»: un derrotero del fracaso de América Latina

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Hablar de Mario Vargas Llosa como un paradigma de la necesidad de escisión entre el escritor y su obra es, a estas alturas, un lugar común. Estoy seguro que entre los grandes de la literatura, su obra finalmente se sobrepondrá a sus posturas políticas y acabará por volverse una con su autor. 

El lector no es torpe, diferencia lo uno de lo otro, pero, muchas veces, la capacidad del arte de dinamitar cualquier certeza u ortodoxia lo hace proclive a dejar un velo entre eso que el escritor escribió y lo deslumbró y aquello que dijo y le produjo espanto y repulsión.

Mi experiencia personal con la obra de Vargas Llosa inició con una de sus obras imprescindibles, La fiesta del Chivo, y continuó con cierta decepción con sus relatos de Los jefes hasta concluir, casi canibalizando, todas las novelas suyas que encontraba. La última es la más reciente: Tiempos recios. 

No creo sea este libro una obra maestra, sino una suerte de homenaje a todo lo que hizo de Vargas Llosa un renovador de la literatura contemporánea: diálogos telescópicos, narración por omisión, vasos comunicantes y debate social. 

Tiempos recios cojea en ciertos momentos por un desborde de datos que tropiezan con la atmósfera literaria, una prosa carente del brillo de obras anteriores y por una declaración política manifiesta al final del libro, más propio a un politólogo que a un novelista. 

Sin embargo, antes hablo brevemente sobre la novela: Tiempos recios abarca un suceso que lo emparenta con Borges, pero a la vez lo diferencia diametralmente, pues el golpe de estado en Guatemala de 1954 orquestado por la CIA y la United Fruit Company contra el gobierno legítimo de Jacobo Árbenz determina el destino colectivo de un continente y no la vida de un individuo aislado en su interioridad; no devela la verdad esencial de una existencia, sino la descomposición vital del sistema.

Para desgracia de aquellos quienes colaboraron con los Estados Unidos y las oligarquías guatemaltecas para tumbar a Árbenz, la fatalidad de la historia, tarde o temprano, los diluye en sus redes. Así, la historia que se escribe en Tiempos recios es la historia escrita con mayúscula y que, en muchas ocasiones, solo nos deja un puño iracundo y tantas preguntas, tantas decepciones.  

“¿Era la historia esa fantástica tergiversación de la realidad? ¿La conversión en mito y ficción de los hechos reales y concretos?”, se pregunta el narrador cuando los objetivos de Árbenz por democratizar e igualar las condiciones de vida de la gente de su país están en irremediable zozobra.

Vargas Llosa juega en esta novela con la documentación histórica y la ficcionalización de la realidad: hay capítulos narrados con la solvencia de un reportaje periodístico, intercalados con el periplo de un reparto coral de personajes (el presidente Jacobo Árbenz, el golpista Carlos Castillo Armas, el capitán Johnny Abbes García, Miss Guatemala, el embajador de los Estados Unidos) con una conversación entre un espía dominicano y un conspirador guatemalteco que importa por lo que no se dice, es decir, mientras en una parte de la narración la tensión está dada por el flujo de los acontecimientos, en otros está dada por la inmovilidad (¿incomodidad?) del silencio.

La novela le permite a Vargas Llosa la construcción de un personaje memorable: Marta Borrero, conocida por sus admiradores como Miss Guatemala, aunque realmente nunca lo haya sido. Marta es una mujer de fuerza apabullante, de una inteligencia prominente y de una capacidad inigualable para el cálculo político. Sin embargo, eso no evita que esté al vaivén de los acontecimientos, como si este personaje no pudiera evitar el peso de sus propias decisiones, estando de esa manera obligada a escapar para volver a repetirlo todo una y otra vez. Para Marta, su adulterio con el peligro es un modo de vida, no una mera circunstancia; ella es una mujer que le pertenece a la intemperie de la historia.

Generalmente, la derrota de los personajes de Vargas Llosa (pienso en El Chivo y Roger Casement para espoilear lo menos posible al lector), ocurre luego de una derrota en la intimidad. Las batallas por el poder en el universo del escritor peruano se libran durante el acto sexual y revitalizan o enfangan a sus personajes hasta el estado más abyecto de la condición humana. 

El Chivo es asesinado tras fallar un intento de violación, a Roger Casement lo condenan a muerte por su deleite carnal casi patológico. El Barón de Cañabrava, en La guerra del fin del mundo, resulta una excepción cuando logra renacer de sus cenizas al romper la moral establecida del Brasil de finales del siglo XIX.  

La política, entendida como un compromiso y como una capacidad para organizar el orden individual y colectivo, puede, por medio de la sexualidad, conseguir tiranías sangrientas y corruptas.

Un fragmento de una carta de Rosario del Galván, personaje de Carlos Fuentes, sirve de prontuario: “Simplemente considero que la política es la actuación pública de pasiones privadas. Incluyendo, sobre todo, acaso, la pasión amorosa. Pero las pasiones son formas arbitrarias de la conducta y la política es una disciplina. Amamos con la máxima libertad que nos es concedida por un universo multitudinario, incierto, azaroso y necesario a la vez, a la caza del poder, compitiendo por una parcela de autoridad”.

La declaración política del final del libro no es manifiesta porque critique a la Revolución Cubana (que, sin duda, desde hace mucho tiempo equivocó su camino enquistándose para siempre en el poder) ni del tabú del Che Guevara, sino porque se refiere al golpe de estado de Guatemala como una jugada de ajedrez, después de más de 300 páginas de diatribas contra la ferocidad del capitalismo: 

“Los tres [Vargas Llosa y dos amigos suyos] coincidimos en que fue una gran torpeza de Estados Unidos preparar ese golpe militar contra Árbenz poniendo de testaferro al coronel Castillo Armas a la cabeza de la conspiración. El triunfo que obtuvieron fue pasajero y contraproducente. Hizo recrudecer el antinorteamericanismo en toda América Latina y fortaleció a los partidos marxistas, trotskistas y fidelistas… Hechas las sumas y las restas, la intervención norteamericana en Guatemala retrasó decenas de años la democratización del continente y costó millares de muertos, pues contribuyó a popularizar el mito de la revolución armada y el socialismo en toda América Latina”.

De todas maneras, confío en la perspicacia del lector para descubrir en esta novela una de las encrucijadas del pasado y del presente siglo: el mayor peligro de la democracia es intentar llevarla a cabo hasta sus últimas consecuencias.

Video Catarsis Cine Club

https://www.facebook.com/cineclubcatarsisec/videos/2087674351523449/

*Christian Espinoza Parra, cuencano, es editor y subcoordinador de Catarsis Cine Club. También es comunicador y escritor.

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